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 Llevo meses viajando por India, el país donde la vida le gana a la mala muerte, los aromas y colores a la pobreza ex-trema, donde la resignación se comparte sonriendo. India, la nación del analfabetismo y los trescientos mil dioses.India, quizá mi última esperanza.Desde que llegué a este país, sin saber muy bien a qué venía, he estado buscando de ashram en ashram (monaste-rio hindú), de maestro en maestro, escuchando y leyendo a filósofos y orientadores espirituales sobre temas como la naturaleza de la mente, el ego y sus juegos, el apego, la aceptación, la ira, escuchar al cuerpo, la sabiduría de la intuición, la impermanencia y cómo todo cambia constan-temente, estar en el presente y no en el futuro o el pasado, la tendencia a reaccionar en vez de actuar, de confundir deseos con necesidades y un montón de aprendizajes más, entre los que conocerse a uno mismo sobresale como el campanario de una iglesia.Mi elección dentro del megashopping espiritual indio es ingresar a un instituto de ashtanga yoga.Ayer por la tarde, martes 15 de diciembre de 1998, lle-gué a Mysore, ciudad que popularizó el ashtanga y donde supuestamente están las mejores escuelas, y hace un rato pasé por un reconocido instituto, donde un simpático e in-eficiente administrativo me informó que las inscripciones iban a demorar, más o menos, unos diez días en empezar, y las clases, más o menos, comenzarían la primera semana de enero. Despreocupado, salí y me senté en un muro a mirar a una quincena de adolescentes jugar al críquet... Y aquí estoy, de vuelta sentado en el muro intentando des-cifrar qué tiene de apasionante el críquet, un juego donde uno tira una pelota, otro intenta pegarle con un bate y los demás miran estáticos. Algo tiene que tener para que 1200 millones de indios deliren con este deporte, que me resulta lento y aburrido... Sin proponérmelo, mi cabeza viaja al pasado reciente y recuerdo el peregrinaje desde que aterri-cé en India; lo vivido, la gente que conocí y como, después de mucho reflexionar sobre cuál es la disciplina apropiada para profundizar mi búsqueda, me decidí por el ashtanga, llegué a Mysore y en unos días el sueño se convertirá en rutina cotidiana.Ya nada podrá hacerme cambiar de opinión.Mmm, ¿será que estoy alucinando?Morocha de pelo corto, mochila gris a la espalda, vesti-da con una blanquísima kurta —camisa india que cae has-ta las rodillas—, por debajo un pantalón del mismo color, y en el cuello un largo pañuelo celeste.De tanto transitar por lugares poco visitados por via-jeros, debe de hacer por lo menos tres semanas que no me cruzo con una occidental. Y tiene un buen lejos. ¿Está ca-minado hacia mí? Me gusta que se mueva sin prisa y sin levantar la vista del piso de tierra. Mmm, un buen lejos y mejor cerca.Mujer..., mujeres... Mujeres vanguardistas, respetuo-sas, incoherentes, contradictorias, demandantes, insegu-ras, valientes, sinceras, manipuladoras, cariñosas, moro-chas, pelirrojas, asiáticas, africanas... Mujeres, por siem-pre un deseo insatisfecho.¿Por siempre?Namasté —saluda la viajera llevando las palmas de las manos unidas al pecho y buscando el encuentro de las miradas—. Me llamo Katrina y soy de Hungría.Sus ojos celestes, que hacen juego con su pañuelo, me absorben como la puerta rota de un avión.—Namasté. Me llamo Tato y soy de Uruguay.Empáticos, nos miramos con mutua curiosidad.—¿Dijiste que te llamas Tanto? —pregunta.—No, no, Ta-¡to!—Sí, sí, Ta-¡ro!—Ta-to... To-to-to...—Pero ¿es Ta-ro o To-to?—Ta-ro, está bien —acepto.—Ta-ro, desde que salí de la comunidad de Sai Baba, tú eres el primer extranjero que encuentro. ¿Qué haces aquí, Ta-ro?—Tengo intención de entrar en enero en una academia de ashtanga yoga y hacer una formación. ¿Y tú?—Estoy en tránsito por Mysore. Esta noche tomo un tren. Me dirijo al sur. En tres días, el 19 de este mes, voy a entrar en un curso de meditación vipassana que se organi-za en Vagamon, una pequeña ciudad de montaña. Son dos días de viaje. Tengo tiempo. ¿Conoces la vipassana?—Sí, he leído un poco. Años atrás mí psicoanalista me dio un libro de vipassana, pero apenas empecé a leerlo lo dejé. Aquí en India escuché a una viajera definirla como budismo original, y un hombre que estaba a su lado com-pletó la idea afirmando que es la búsqueda extrema de la espiritualidad.—Ta-ro, vamos a tomar un chai (té, leche y especias), que todavía no desayuné, y te cuento de la vipassana.Sin que yo preguntara, Katrina de Hungría, que ha-bla sin parar con la mirada fija por encima de mi cabeza como si se dirigiera a alguien que está por detrás, cuen-ta detalladamente que hace un mes llegó a India, que casi todo el tiempo lo pasó en el ashram de Sai Baba, que tie-ne pensado ir a la comunidad de un líder espiritual re-cién iluminado, luego visitar a Ama, una gurú, y sin ha-cer una pausa me explica que está transitando el camino(búsqueda espiritual), intentando tomar distancia de una tormentosa relación amorosa con su mentor de piano, un afamado profesor parisino 30 años mayor que ella que la había reclutado una década atrás, cuando la vio tocar con la filarmónica de Budapest.Katrina, que se expresa a una velocidad intimidante, acompaña el monólogo con un tic que consiste en levantar la nariz dos veces seguidas y luego torcer el cuello hacia la izquierda.Me parece que está un poco loca.Mientras tomamos el chai sentados en un lugar de co-midas, aturdido por la metralla de palabras, intento sacar-la de los recuerdos con su profesor de piano haciéndome el interesado por la vipassana:—Me ibas a contar del curso de meditación.—Sí, bueno...Katrina de Hungría, la viajera morocha de ojos de hus-ky con tics de nariz y cuello, empieza a hablar de vipassana
y habla, habla, habla..Con la mirada siempre por encima de mi cabeza, Katri-na me instruye sobre el arte de meditar al tiempo que, sin poder evitarlo, mi atención se divide entre la metralla de palabras y sus hipnóticos ojos celestes.Vipassana significa en pali, una antigua lengua muerta, ‘ver las cosas talcual son’. El curso dura 10 días y los estudiantes hacen vida de biku, de monje budista. Hay una tarde de llegada, que es el día 0, y una mañana de sali-da, que es el día 11. Se enseña en centros construidos espe-cialmente para ello; también en lugares ocasionales, como este al que voy. Participan estudiantes nuevos, que son los que asisten por primera vez, y estudiantes antiguos, que son los que ya asistieron, como yo... ¿Me sigues?—Sí, sí, claro —contesto como un autómata—; es muy interesante.—Se trata de las enseñanzas de Buda dadas en forma laica. No es budismo, no hay un -ismo, tan solo lo que Buda enseñó. Esta es una tradición conservada en Birma-nia de maestro en maestro por más de 2500 años. Sayagi U Ba Khin fue quien formó a Goenka, el actual maestro, que es un padre de familia muy cercano a sus estudiantes. En los cursos, él te da una guía, pero el trabajo lo haces tú autoobservándote. Las jornadas empiezan a las cuatro de la mañana y a las diez de la noche se apagan las luces. Hay dos comidas y una colación por día... ¿Me sigues?—Perfectamente; continuá, por favor.—Ok; sigo. No hay que pagar nada; todo es gratis: alojamiento, comida, instrucción. Al terminar, los estu-diantes que quieran pueden hacer una donación. Con ese dinero se va a organizar el siguiente curso. La gente que trabaja es voluntaria; el profesor asistente, los que cocinan, barren los salones, lavan los baños lo hacen en forma vo-luntaria. Nadie cobra. La vipassana es un trabajo exigente. Estar sentado frente a tu espejo interior puede resultar in-cómodo. Cuando te miras en un espejo, buscas la pose que más te favorece. En la autoobservación, priorizar lo que te gusta de ti y dejar en un segundo plano lo que no te gusta es muy difícil de sostener en el tiempo... ¿Me sigues?—Sí, sí, claro; es muy interesante lo que contás.—Las dificultades iniciales poco a poco van quedando atrás; se aprende a mantener la atención en forma relajada, y un estado de paz y confianza paulatinamente empieza a ganar espacio. Vale la pena conocer esta técnica. ¿Te gus-taría venir conmigo?—¿Ir contigo...?—Supongo que estás alojado. ¿Tienes una habitación? —pregunta entornando los ojos, consciente de cada gesto igual que una modelo en una sesión de fotos.—Sí...—Ta-ro, me gustaría descansar —maúlla a la vez que enrosca una hebra de pelo en el dedo—. ¿Puedo hacerlo en —Sí...—Voy al baño y vamos —ronronea.La observo ir al baño. Está acelerada, no para de frun-cir la nariz y torcer el cuello, y es incontinente con la nove-lada relación de su profesor amante... Se animó a dejar su vida atrás para transitar el camino, es atractiva y algo loca.Katrina sería una buena compañera de viaje-------------------------------..,,.,,,,...............................

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